Me he propuesto que todo impulso para cualquier tarea que emprenda en el campo de las humanidades sea uno político, que busque mediante sueños, magia y ficción, episodios de realidad terrestre y los divulgue responsablemente entre una audiencia potencial, un pueblo participativo. En ese sentido, vincularse con observadores y críticos de la “verdad”, poniendo el foco en lo no-evidente (la falla, o grieta temporal), puede resultar altamente enriquecedor, escénico, imprevisto, para las líneas de trabajo (o estudio) de quienes compartan en esta interfaz, nave espacial, baile y sufrimiento.
Mi interés creativo radica en el reconocimiento del suelo que habitamos. Es decir, pensar nuestro territorio en transformación a través de su dimensión relacional, generando experiencias sensitivas por medio del arte performático y audiovisual que dinamicen la percepción de un suelo común y su red de interacciones, reflexionando sobre tres ejes: el valor de uso de sus recursos, el buen vivir y los cuidados mutuos. Entendemos por territorio el espacio, corteza y paisaje poético-político que habitamos e imaginamos, es decir, una variedad de lugares yuxtapuestos donde existimos simultáneamente junto a otros, humanos y no humanos, en profunda hibridez.
En el ejercicio de re crearlo, busco atribuirle sentidos en relación a la pervivencia de lo humano y no humano en esta suerte de vacío filosófico propuesto por Lacan, o el desierto de lo real como lo llama Morpheus en Matrix. Así mismo, explorar especulativamente la idea de simulacro interplanetario para entender nuestro propio origen en un espacio-tiempo que a ratos nos pareciera incognoscible, distante y extraño. El desierto como un hiperobjeto (inasible) es lo que más se asemeja a la potencial experiencia en otros planetas; Escalar hacía lo micro a su vez que lo macro, nos permite entender el mundo de otra manera. Es, por tanto, esa experiencia sensible lo que permite establecer una comunicación trans especie. Un acceso humano al mundo.
La práctica artística tiene el rol de co-construcción en ese sentido. El hipotético poblamiento de Marte no debería ser una tarea destinada sólo para un puñado de químicos habitando elevadísimos niveles de abstracción en Manchester, sino que debería ser parte de una agenda conjunta, interdisciplinaria y de intercambio. En la cual se desdibujen los límites entre arte y ciencia e incluso espiritualidad, no para crear mundos absurdos frente a las necesidades concretas de los seres vivientes, los terrestres, sino que para co crear el mundo en el que estamos respirando.
El conocimiento funciona como un reflejo. En el agua tranquila se reflejan las estrellas del cielo y podemos marcar un mapa de la galaxia; y en la aridez absoluta del desierto se dibuja el curso prehistórico del agua. Pensar una teoría interplanetaria nos acercará sin duda a resolver en primer lugar qué es, en efecto, un planeta.